Época:
Inicio: Año 1800
Fin: Año 1900

Antecedente:
Mariano Fortuny, el gran maestro del XIX

(C) Lourdes Cerrillo Rubio



Comentario

Mariano Fortuny Marsal nació el 11 de junio de 1838 en Reus, ciudad de la que eran vecinos sus padres, Teresa Marsal y Mariano Fortuny. Fue el primogénito de una familia modesta -Mariano, de oficio carpintero, era propietario de un pequeño taller-, muy pronto destrozada al fallecer los padres cuando apenas tenía once años. Los cuatro niños quedaron entonces al cuidado del abuelo y de su tío Antonio, profesor de música en la escuela local.
La infancia y juventud de Mariano transcurren dentro de un ambiente especial, marcado por la singular personalidad de su abuelo. "Marianet de les figures", como se le conocía popularmente, llevaba pocos años viviendo en Reus, pues había estado un tiempo con su teatrillo de figuras de cera, recorriendo pueblos y ciudades. El mismo modelaba las figuras, ocupándose también del tratamiento de las telas con las que vestía a los personajes. Bohemio y muy vitalista, ejerció una positiva influencia en la vocación del nieto, al que supo transmitir su curiosidad por distintas técnicas artesanales. Son sobradamente conocidas la afición de Fortuny por la cerámica -en Granada llegó a instalar un taller dedicado al estudio y proceso de pigmentación de la cerámica nazarí- sus excelentes dotes para restaurar las más diversas piezas artísticas. Pero la huella del mundo de su abuelo, de ese mundo en el que ficción y fantasía formaban parte de la vida cotidiana, podemos adivinarla también en una de las facetas más características del estilo de Fortuny. "Su gusto por los personajes menudos, primorosamente vestidos y dotados de la expresividad de actorcillos teatrales" (Julián Gállego).

El abuelo acoge con sumo entusiasmo los primeros dibujos del niño y le envía al estudio del pintor Domingo Soberano, donde se familiariza con el óleo y la acuarela. Pronto verá agotadas las posibilidades que para la formación de Mariano ofrecía Reus y decide acompañar al nieto a Barcelona. Sin prácticamente recursos económicos y a pie, llegan a la ciudad en septiembre de 1852, hecho que -apunta Lozoya- parece extraído de alguna novela de Dickens, cuyas páginas eran también a la vez reales e imaginarias. Las primeras dificultades las superan gracias al tallista Domingo Talarn, quien le ofrece trabajo como ayudante en su taller. Durante un año colabora con él en la realización de obras de temática fundamentalmente religiosa, adquiere facilidad para el dibujo y cierta práctica en la pintura al óleo. Vistos los resultados, será el propio Talarn quien le consiga una pequeña beca y matrícula gratuita en la Academia de Bellas Artes de Barcelona, iniciándose entonces su formación oficial.

Desde mediados del siglo XVIII, la formación de los artistas venía cubriéndose según unas pautas comunes en los distintos países europeos, marcadas por el aprendizaje en las recién difundidas Academias de Bellas Artes y el viaje de ampliación de estudios a Italia. La Ilustración había influido en el comportamiento cultural de los Estados, unificando criterios y llevándoles a practicar una política de decidido fomento de las artes. Esa política quedó materializada en la apertura de Academias y Escuelas de Bellas Artes, la ayuda individualizada a los jóvenes mediante becas de estudios y la creación de los ámbitos necesarios -Salones y Exposiciones Nacionales- para difundir el arte y facilitar la promoción de los artistas. Muy pocos pintores, hasta bien entrado el siglo XX, fueron ajenos a este tipo de formación. Fortuny cubrió el programa educativo, aunque distintas circunstancias -sobre todo el viaje a África- servirían para alterar el plan e influir definitivamente en su personalidad artística. Pero antes de que se produjeran esos hechos, Fortuny inició sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Barcelona, donde permaneció entre 1853 y 1858, completando su aprendizaje en el taller de Claudio Lorenzale (1815-1883).

En aquellos momentos -mediados del siglo XIX- las Academias no sustentaban ya, exclusivamente, su sistema de enseñanza en los principios introducidos por el Neoclasicismo, aunque vinculadas desde su difusión a este estilo, mantenían parte de sus preceptos, si bien concediéndoles un sentido distinto. Seguía siendo obligada la copia de estatuas clásicas, pero no tanto como medio para aprender un ideal de belleza, sino como modo de ejercitarse en la disciplina artística. Pertenecientes a la generación romántica, los profesores de aquellas Academias no se sentían legitimados para preservar ningún absolutismo estético, sino más bien partícipes de un nuevo espíritu enfrentado a la tradición y su sistema de valores. Sin duda, la alteración de mayores consecuencias introducidas por la rebelión romántica fue el conceder primacía a la impronta personal, acallando así la vigencia de las reglas. El individuo y su inspiración se sitúan ahora por encima del estilo, dando paso a una falta de uniformidad cada vez más notable en el panorama artístico.

Un reflejo de esta situación se observa en las Academias de Bellas Artes, cuyos criterios en materia de enseñanza solían ser variados y diversos. Por lo que respecta a la Academia de Barcelona, durante los años en que estudia Fortuny, convivían en su claustro docente prácticamente todas las tendencias del momento. Entre los profesores más destacados, Claudio Lorenzale, profesor de dibujo, y Pau Milá Fontanals (1810-1883), de teoría del arte, mantenían criterios próximos al idealismo nazareno. Por su parte, Lluís Rigalt (1814-1895), profesor de perspectiva, practicaba un tipo de paisaje de tintes naturalistas, y el más joven, Ramón Martí Alsina (1835-1894), era partidario de una pintura vigorosa y realista, cercana en ocasiones a la de Gustave Courbet (1819-1877).